Un día después de publicada la carta abierta a la Junta Militar, Rodolfo Walsh -periodista y escritor que supo amalgamar ambos estilos– era interceptado por un grupo de tareas en las inmediaciones de las Avenidas porteñas de Entre Ríos y San Juan, que lo asesinó cuando intentó resistir el arresto. A 40 años de su desaparición, recordamos su vida y su legado de compromiso de acción y palabra.
“Hay que tener en cuenta que en la Argentina existe el delito de opinión. Que está prohibida la expresión de las corrientes políticas que contradigan al sistema en lo esencial. Que se persigue individualmente a todos aquellos periodistas que tratan de violar esos cánones».
Rodolfo Walsh, mayo de 1972
En los años de entreguerra, en la infamia argentina, el compañero Rodolfo Walsh nació en 1927 en la provincia de Río Negro, en la localidad de Choele Choel. Diez años más tarde fue alumno internado en un colegio irlandés para pobres de Capilla del Señor.
En pleno proceso de reconstrucción nacional, en 1944, comenzó a trabajar como corrector, traductor y antólogo de la editorial Hachette, y ya en 1951 ingresó en el oficio que revolucionaría con su pluma: el periodismo. Comenzó en las revistas Leoplán y Vea y Lea. En esa década, el diario La Nación lo buscó para incorporarlo a sus filas de redactores, pero Walsh se negó por considerarlo un órgano de prensa de la oligarquía nacional.
Ya en la Cuba revolucionaria de 1959 sería uno de los fundadores de la agencia de noticias Prensa Latina y trabajando allí, logró interceptar un cable de inteligencia estadounidense que anunciaba la invasión a Bahía de Cochinos (Playa Girón) el 17 de abril de 1961.
En 1977, Gabriel García Márquez, miembro también de Prensa Latina, aseguró que “en realidad fue Rodolfo Walsh quien descubrió, desde muchos meses antes, que los Estados Unidos estaban entrenando exiliados cubanos en Guatemala para invadir Cuba por Playa Girón”. García Márquez recordaba que “Jorge Masetti había instalado en la agencia una sala especial de teletipos para captar y luego analizar en junta de redacción el material informativo de las agencias rivales. Una noche, por un accidente mecánico, Masetti se encontró en su oficina con un rollo de teletipo que no tenía noticias sino un mensaje muy largo en clave intrincada. Era en realidad un despacho de tráfico comercial de la «Tropical Cable» de Guatemala. Rodolfo Walsh, que por cierto repudiaba en secreto sus antiguos cuentos policiales, se empeñó en descifrar el mensaje con ayuda de unos manuales de criptografía recreativa que compró en una librería de lance de La habana. Lo consiguió al cabo de muchas horas insomnes, sin haberlo hecho nunca y sin ningún entrenamiento en la materia, y lo que encontró dentro no solo fue una noticia sensacional para un periodista militante, sino una información providencial para el gobierno revolucionario de Cuba. El cable estaba dirigido a Washington por el jefe de la CIA en Guatemala, adscripto al personal de la embajada de Estados Unidos en ese país, y era un informe minucioso de los preparativos de un desembarco en Cuba por cuenta del gobierno norteamericano. Se revelaba, inclusive, el lugar donde empezaban a prepararse los reclutas: la hacienda Retalhuleu, un antiguo cafetal al norte de Guatemala».
De regreso a la Argentina, Walsh siguió trabajando en Primera Plana, Panorama y el semanario de la CGT entre 1968 y 1970, que terminaría siendo editado de forma clandestina luego de la detención de Raimundo Ongaro y el allanamiento en 1969 a la CGT de los Argentinos. En 1972 escribiría por un año en el Semanario Villero y en el diario Noticias hasta que fue clausurado en 1974. Allí, se publicaba a diario la tira ‘El Eternauta’, de Héctor G. Oesterheld. También dirigió, junto al juez y Secretario de Derechos Humanos designado por Néstor Kirchner, Eduardo Luis Duhalde –fallecido en 2012- , Paco Urondo, Rodolfo Ortega Peña y Haroldo Conti, la revista Militancia, que se editó en 1973 y al año siguiente fue clausurada por Isabel Perón.
Luego del asesinato por parte del Comando Juan José Lavalle de Pedro E. Aramburu, Walsh inició un acercamiento a Montoneros, especialmente cuando decidió formar parte de un comando que terminó con la vida del sindicalista Alonso, y se incorporó definitivamente en 1973 como oficial encargado de inteligencia. Para esta nueva tarea aseguraba que «No se puede vencer a un enemigo sin antes comprenderlo».
Por aquel entonces, Walsh simpatizaba con Mario Eduardo Firmenich y desconfiaba de Perón. Luego del pase a la clandestinidad de Montoneros y del fallecimiento del ex presidente, Walsh acató la decisión de operar ocultamente, pero en el ’75 analizó la situación y sostuvo un enfrentamiento con Firmenich y parte de la conducción nacional de esa agrupación. Walsh decía que había una sensación optimista en la conducción de Montoneros, pero ya en ese año, previo al golpe de Estado, sentenció que la batalla estaba perdida y consideraba que el camino más adecuado a adoptar era un repliegue. De allí que pidiera que se admitiese la derrota en esa coyuntura a fin de evitar el exterminio de los militantes, y preservar a los líderes e históricos en el exterior. El único punto que le aceptó Firmenich fue el autoexilio de la Conducción.
A consideración de Walsh, era imposible enfrentar con fusiles a todas las FFAA por lo que comenzó a hacer rodar nuevamente su oficio de base, el periodismo. En «Observaciones sobre el documento del Consejo», un documento interno de Montoneros, Walsh señaló que «Si corregimos nuestros errores volveremos a convertirnos en una alternativa de poder (...) tenemos todo el tiempo necesario, si lo sabemos usar». Ya enfrentado dialécticamente con Firmenich en cuanto a sus metodologías, Walsh diría que «La personalización de la política nos parece peligrosa. Primero porque creemos que para el pueblo existen los muchachos, los Montoneros, antes que Firmenich».
Con la salida de la Conducción Nacional de Montoneros del país, Rodolfo Walsh apuntó, luego de que comenzara a crearse el Movimiento Montonero como fuerza política, que «nuestra teoría ha galopado kilómetros adelante de la realidad; cuando ello ocurre, la vanguardia corre el riesgo de convertirse en patrulla perdida». Y agregó: «Entiendo que Montoneros debe seguir la dirección de retirada marcada por el pueblo, que es hacia el peronismo, y que la única propuesta aglutinante que podemos formular a las masas es la resistencia popular, cuya vanguardia en la clase trabajadora debe ser nuevamente la resistencia peronista». Lo que planteaba Walsh era transformar la derrota militar en una futura victoria política.
Cuando la luz se apagó el 24 de marzo de 1976, Walsh organizó ANCLA (Agencia de Noticias Clandestina), nombre que causó desconcierto en el seno de las FFAA que pensaban que se trataba de un grupo interno de la Marina. Desde allí, y en la más extrema clandestinidad, trabajó para romper el cerco informativo impuesto por la dictadura con la complicidad de los directores de los medios. A diario despachaba cables de noticias hacia cada redacción dando cuenta de cuál era la realidad del país.
En este sentido, su compromiso no se cerró sólo detrás de una máquina de escribir; Rodolfo Walsh era un auténtico revolucionario que acompañó todo el proceso de resistencia y de liberación nacional, militando en las FAP, identificándose con la izquierda peronista de los ’60 e ingresando a Montoneros ya en los ’70. Cuando se cumplió un año de la más feroz represión y sabiéndose cercado, Walsh escribió la Carta Abierta a la Junta Militar.
El 25 de marzo de 1977, un día después de la Carta Abierta, Rodolfo Walsh era buscado para ser secuestrado vivo a fines de poder –tortura mediante- serle extraída toda la información posible. En la zona de Congreso dejó unas cartas en un buzón, y se alejó por Entre Ríos hacia la avenida San Juan. Al mismo tiempo que se iniciaba su frustrado secuestro, otro grupo de tareas irrumpía en su casa de San Vicente, donde incautaron muchos de sus escritos, entre ellos «Ese Hombre», que estaba en manos del represor presidente de la Junta Militar Emilio Massera, posteriormente robado por una militante liberada.
Mientras caminaba, Walsh comenzó a advertir que el encuentro para la cual había sido citado estaba ‘envenenado’; cuando se dispuso a lanzarse en carrera, un oficial de la Marina intentó hacerlo caer en la carrera. Walsh desenvainó una pistola que portaba y respondió el fuego, mientras una ráfaga de ametralladora puso fin a su vida. Ante la Justicia, Martín Gras, detenido desaparecido y sobreviviente del centro clandestino de detención ESMA –hoy devenido Espacio de la Memoria- dijo haber visto el cuerpo de Walsh, muerto antes de llegar. Tenía 50 años. Su cadáver fue desaparecido.
Política, Literatura y el non fiction
“El periodismo es serio o es una farsa, sin términos medios”, señaló el escritor. Y lo demostró con la profunda investigación que llevó a cabo y que puede apreciarse a través de los innumerables detalles, datos, horarios, nombres e informaciones que muestra y da a conocer a través de Operación Masacre (1957) primera obra de “no ficción periodística” o novela testimonio.
Este estilo literario, propio de Walsh y nunca antes visto, se caracteriza por la descripción de interminables situaciones que transcurren en apenas minutos pero que se encuentran plagadas de una abundante cantidad de detalles escalofriantes, de una sencilla pero minuciosa descripción de cada personaje y sus pensamientos, de la prolongación de situaciones que dan a entender cómo vivieron los sobrevivientes aquellos momentos, depresivas y grises representaciones de los lugares a los que fueron llevados, entre otras tipicidades. Aquí uno sabe lo que sucedió, quiénes murieron, quiénes sobrevivieron, pero sigue leyendo. Aquí no hay ficción, hay realidad; de allí la denominación de ‘non fiction’.
En el libro Operación Masacre, Walsh relata el fusilamiento de civiles –supuestos revolucionarios- en los basurales de José León Suárez, ocurrido el 9 de junio de 1956. El libro se desarrolla durante la primer conjetura que se da aquella noche: la ley marcial y la minuciosa investigación sobre horarios, minutos y hasta segundos en los que es publicada la ley. De ahí en más, se relatan los desenlaces que trascienden durante la madrugada y los futuros sucesos que concluirán en la falta de sentencia y juicio hacia los responsables de la masacre. Durante doce años continuó el autor ultimando detalles, publicación tras publicación, reedición tras reedición. La novela es una exacta prueba de lo que significa una investigación periodística y, a la vez, una penosa muestra de la impunidad que recorre todo el texto.
La siguiente investigación de Walsh, fue el asesinato de Rosendo García y de otros dos sindicalistas en el famoso bar La Real de Avellaneda. ¿Quién mató a Rosendo? fue el título del libro, publicado un año después. En él Walsh reconstruyó a través de testimonios, la discusión y el tiroteo ocurrido en el denominado bar, demostrando pruebas contra el principal sospechoso, Augusto Vandor; la lucha de poder dentro de la CGT como posible causante se desarrolla como telón de fondo de la obra.
Luego, en 1958 llegó el Caso Satanowsky. Al igual que Operación Masacre, Walsh recolectó una gran cantidad de datos en lo que fue otra investigación minuciosa, esta vez publicada en entregas en la revista Mayoría. El relato cuenta el desenlace de la vida de Marcos Satanowsky, uno de los abogados más importantes del país en ese momento. Satanowsky defendía a Peralta Ramos como propietario del diario La Razón, cuando la dictadura en poder pretendía apropiárselo, hecho que Walsh marca como posible móvil del crimen. Más aun, El caso Satanowsky reveló la profunda corrupción de un régimen que intentaba resolver mediante un grupo parapolicial, armado por la SIDE, la propiedad del diario La Razón.
“Sobre los cuerpos tendidos en el basural, a la luz de los faros donde hierve el humo acre de la pólvora, flotan algunos gemidos. Un nuevo crepitar de balazos parece concluir con ellos. Pero de pronto Livraga, que sigue inmóvil e inadvertido en el lugar en que cayó, escucha la voz desgarradora de su amigo Rodríguez, que dice: –Mátenme! ¡No me dejen así! ¡Mátenme
Y ahora sí, tienen piedad de él y lo ultiman.”
(Fragmento del capítulo 23. Operación masacre.)
“Hay un fusilado que vive”, esas fueron las cinco palabras que cambiaron el rumbo de Rodolfo Walsh. A través de su trilogía periodística logró captar momentos aciagos de la historia nacional y, más aún, alcanzar un rango y un desarrollo periodístico, pocas veces visto. “El periodismo es serio o es una farsa, sin términos medios”, dijo y lo demostró. El autor no solo realizó investigaciones durante las cuales corría riesgo su vida, no sólo se involucró en cada una de las historias, no sólo marcó un quiebre dentro de la literatura sino que, más aun, su vida fue el precio que tuvo que pagar. Walsh buscó la verdad y la veracidad de los hechos a extremos inhóspitos, de maneras obsesivas, analíticamente, detalladamente. Lo hizo durante más de treinta años, a pie de hoja, con letras de sangre, lo hizo, como diría él “Esta es la historia que escribo en caliente y de un tirón, para que no me ganen de mano”.
De chico quiso ser aviador, hoy es un héroe que extrañamos.
Héctor Neri
Secretario DDHH SADOP Nación
Mariano Domino
José Jorge Aramayo
Sandra Moresco
Prosecretarios
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