Crecer y distribuir es la apuesta

El 2012 ha sido un año difícil para la Economía Argentina; en parte, aunque no en su totalidad, esto se ha debido a un nuevo embate de la crisis internacional, que ya lleva cinco años y expresa en esta coyuntura un proceso de más largo alcance caracterizado por la re-configuración de las relaciones de fuerza, tanto económicas y políticas como ideológicas.

16 de Abril 2013

La Economía Argentina en la Crisis Mundial

Por Mariano de Miguel

Economista. Miembro del Equipo de la Secretaría de Relaciones Institucionales de la CGT

Aunque resulta imposible predecir el curso efectivo de los acontecimientos, tenemos que acostumbrarnos a vivir en un escenario internacional marcado por la creciente incertidumbre y el estancamiento relativo de las tradicionales potencias desarrolladas, especialmente de las naciones europeas (con excepción de Alemania, por ahora). Indicadores sensibles como el desempleo alcanzan, en España, por ejemplo, niveles elevadísimos, superando el 25% de la población económicamente activa y el 50% de los jóvenes, arriesgando de esa manera y literalmente el capital humano de buena parte de una generación.

 

 

La situación mundial sería aún más decepcionante si no fuera por las economías emergentes, cuyo desempeño económico ha permitido contrabalancear el pobre desempeño de las economías mayormente desarrolladas. De esta forma, las naciones asiáticas y las latinoamericanas han podido cerrar una década de crecimiento promedio elevado, y aumentar su incidencia y peso relativo en el valor agregado mundial. Pero no todo es color de rosas.

Si nos concentramos en nuestros pagos, veremos que el año pasado no sólo crecimos poco en nuestra producción de valor agregado (cerca del 2%), sino que desaceleramos fuertemente si lo comparamos con lo realizado durante 2010 y 2011, un par de años en los que acumulamos un 17% de crecimiento de nuestro Producto Bruto Interno. Cierto es que la crisis mundial nos afectó negativamente, como en 2009, y no podíamos quedar ajenos a esa realidad, pero 2012 a nivel mundial no fue tan malo como 2009.

En 2012 nuestras exportaciones de productos primarios decrecieron acusadamente, y particularmente Brasil, nuestro principal socio comercial, bajó sensiblemente su actividad económica, demandando menos las exportaciones de manufacturas industriales que le destinamos.

Además, después de un crecimiento económico impredeciblemente tan elevado durante 2010 y 2011, las importaciones crecieron a niveles peligrosos para nuestras cuentas externas, como era de esperar para una economía que aún depende esencialmente de bienes importados para determinados eslabones críticos del entramado productivo. También es digno de recordar que para 2012 se había acelerado la fuga de capitales, las remesas de utilidades al exterior, y se debían atender cuantiosos compromisos de deuda externa. Todo ello contribuyó a sembrar el temor de un indeseado regreso a aquellas etapas de nuestra historia en las que la falta de dólares y estrangulamiento externo impedían crecer y desataban crisis económicas y retrocesos sociales.

A los efectos de evitar una crisis externa, se aplicaron políticas de diverso calibre, profundidad e importancia. Algunas de ellas, de un espíritu realmente elogiable como la iniciación de procesos de sustitución de importaciones y exportaciones, la protección a la producción nacional, el fomento del crédito a la vivienda y a la producción, o el intento de recuperación definitiva de la soberanía monetaria. Otras, no tanto, como la desaceleración del gasto gubernamental en rubros gravitantes económica y políticamente, como la obra pública, ciertos subsidios al sector privado y transferencias a las provincias. Pero este tipo de políticas económicas, aunque se aplicaran a la perfección, y no suele ser el caso, generan en la transición tensiones e ineficiencias. La caída de la actividad económica, y un férreo control de la cuenta comercial, trajo aparejado un superávit mayor a los 12.500 millones de dólares; pero pagar los dólares con menor crecimiento es un arma de doble filo y antes que tarde sale el tiro por la culata.

Muchas razones explican por qué dejar de crecer no es buen negocio, pero hay una que nunca debemos dejar de recordar para el funcionamiento de una economía de mercado-capitalista: la producción tiene por destino la venta. Por ende, es la actividad económica, mayor o menor, la que genera mayores o menores incentivos para producir e invertir. Con la caída de la demanda y la actividad, cae también la inversión productiva y se incrementan las tensiones cambiarias, al mismo tiempo que las pujas distributivas por el reparto del excedente.

¿Esto quiere decir que una economía como la Argentina, con dependencia de divisas (dólares) para importar, para atender compromisos externos y para satisfacer necesidades de atesoramiento, puede crecer indefinidamente sin restricciones? Por supuesto, la respuesta es NO.

Pero una cosa es tener restricciones para crecer, y otra muy distinta dejar de crecer para superar las restricciones. Porque en el primero de los casos, la salida es superar las restricciones, desarrollándose para seguir creciendo económicamente, mejorando la equidad distributiva y la Justicia Social; en el segundo de los casos, las restricciones que se pretenden superar dejando de crecer económicamente, en verdad solo se eliminan transitoriamente para reproducirse a continuación críticamente.

 

Tres pilares económicos caracterizaron al período 2004-2011:

  • crecimiento económico,
  • aumento del empleo y la ocupación,
  • y progresividad en la distribución del ingreso.

 

La excepción fue 2009, no en materia de distribución del ingreso, sino en términos de actividad económica y empleo; año que, como señalamos al comienzo de la nota, se caracterizó por la agudización y profundización de la crisis internacional con fuerte impacto a nivel local.

 

 

Estos tres pilares definen la tríada que hace posible el desarrollo económico con Justicia Social; constituyen, por así decirlo, su condición necesaria, pero no suficiente. También son condición necesaria la reforma tributaria, la autodeterminación energética, la infraestructura del transporte de carga y de pasajeros, el financiamiento a la producción y a la innovación tecnológica, etc.

¿Es posible un 2013 que fortalezca los pilares mencionados? Pensamos que SÍ.

De no producirse un colapso en la economía mundial, esta última podrá crecer un 3% aproximadamente durante el corriente año y los flujos comerciales un 4,5%. En ese escenario, Brasil, apalancado en las políticas de estímulo al consumo y la inversión puede hacer lo propio creciendo cerca de un 3.5%. China, es difícil que baje del 7%, y Estados Unidos, según parece abandona las perspectivas de estancamiento.

De no transitar inconvenientes con nuestras cuentas externas (un superávit mayor a los 10.000 millones de dólares, compromisos externos de deuda relativamente dominables y una fuga de capitales controlada), la travesía de seguir consolidando la tríada dependería esencialmente de lo que hagamos puertas adentro.

¿Y la inflación? Eso sí puede afectar las cuentas externas; también la distribución del ingreso, la inversión y el crecimiento económico. La inflación será el tema de la próxima nota.

 

 

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