Una epidemia que avanza en los colegios

Nadie está a salvo. Ser docente en la actualidad conlleva un compromiso mayor. La “Aldea Global” nos hace iguales para bien y para mal. La violencia en ámbitos escolares avanza como una plaga que devora las mejores intenciones de un maestro belga allá lejos, del otro lado del mundo, y de un profesor aquí al lado, en la Patagonia. Qué haremos o qué no haremos depende de nosotros. Seguir mirando hacia otro lado no es una opción.

22 de Marzo 2014

Violencia en las Escuelas

Por Laura Chebeir

Secretaria General de SADOP Río Negro 

 

Años atrás no pensábamos que ciertos acontecimientos de “indisciplina” en la escuela podían ser hechos de violencia escolar, menos aún pensábamos en “bullying”, un término que aún no conocíamos.

Que siempre hubo alumnos con ciertas características de comportamiento agresivo, no lo vamos a negar, pero quizás eran casos aislados. Esto se podía atribuir a que se trataba de un alumno “rebelde”, “difícil”, quizás con problemas en su hogar (padres separados: estigma típico). Su rebeldía deambulaba por un comportamiento que se traducía en acciones que lo acercaban más a James Dean en su film Rebelde sin Causa que a lo que hoy entendemos por violencia en las escuelas. O la típica pelea de varones a la salida de la escuela con aquel “te espero afuera”, en donde muy pocas veces la cosa pasaba a mayores, y si alguno terminaba con la nariz sangrando se debía solo a la suerte que el “otro” había tenido para pegar primero, y allí se terminaba todo, la cuenta estaba saldada.

Hoy en día, eso no alcanza: la riña solo tendrá sentido si es filmada desde distintos ángulos a través de teléfonos celulares y luego es subida a YouTube y retransmitida hasta el cansancio en cuanta red social exista o se esté por inventar (aunque allí no terminará la cosa y vendrán revanchas y más revanchas).

De todos los problemas de la humanidad, la violencia es con certeza uno de los más preocupantes, ya que sabemos que si no aprendemos a comprender y a dominar nuestra violencia, no estaremos aquí por mucho tiempo más, terminaremos en un “todos contra todos” que será lo que nos caracterice como humanos en esta etapa de nuestra historia.

La guerra es lo primero que viene a la mente cuando pensamos en la violencia: como horror institucionalizado, racionalizado y sancionado socialmente. La guerra es la forma final de la violencia a gran escala, es el final de todo. Incluso, si reflexionamos, en momentos de paz, la violencia nos rodea, sin que le prestemos demasiada atención está allí, asechando como un lobo.

El ataque a seres humanos por sus propios congéneres no es nada nuevo. Testimonios de violencia entre personas los hay tan antiguos como el hombre mismo.  Recordemos que uno de los actos de violencia más antiguos entre los cristianos es el mito del asesinato de Abel en manos de Caín: hermano contra hermano.

Pero volvamos a la escuela. ¿Qué está pasando allí con la violencia? Siempre sugerimos y trabajamos para que la escuela sea para el alumno su “segundo hogar”. Entonces, ¿qué ejemplo damos como adultos responsables de ese segundo hogar si en él convive la violencia como una materia más?

En muchos establecimientos educativos ha desaparecido la figura del docente y del directivo como adulto responsable a cargo de ejercer la autoridad –y aclaremos para no herir susceptibilidades, autoridad no es mandar, es organizar– a fin de construir valores. Es fundamental la presencia de adultos que orienten y sostengan.

Decía Jaime Barylko: “Los valores están, pero están perdidos, extraviados. Nosotros (los adultos) somos los portadores de los valores y andamos perdidos de rumbo, des-orientados”. 

Podemos agregar que mientras no reconstruyamos los “puentes” que nos vuelvan a unir generacionalmente para reparar los quiebres presentes entre adultos, adolescentes y niños, poco podremos hacer.

La violencia va teniendo su génesis en pequeños actos diarios que hacen trastabillar la delicada convivencia que se quiere establecer.

Recordemos lo sucedido en Carmen de Patagones, vecina ciudad a Viedma, en donde un alumno descargó su arma de fuego contra sus compañeros, matando a tres de ellos e hiriendo a otros. Fue uno de los hechos de violencia más fuertes que acontecieron en la región, recordándoselo como “La Masacre de Patagones”: un hecho extremo producto de la sumatoria de actos diarios de acoso, maltrato e intolerancia.

No solo genera violencia el que arremete físicamente o psicológicamente contra otro u otros: se genera violencia indirectamente cuando se permite que los alumnos coman en clase, manipulen sus teléfonos celulares, escuchen música con auriculares, se insulten a viva voz y se peguen, mostrando un total desinterés hacia la figura del docente presente y su trabajo, docente que poco puede hacer con normas de convivencia casi inexistentes u olvidadas, donde casi no hay reglas y las pocas que hay no se aplican por miedo a la reacción de los alumnos y su entorno familiar.

Estas situaciones, absolutamente habituales en muchas aulas durante las clases, provocan un importante descontento entre los docentes que llegan a sentir miedo o angustia antes de entrar en determinados cursos, y, en consecuencia, reflejan un deterioro en las relaciones educador-educando.

Cada vez sabemos de más casos de docentes con problemas psicológicos que tramitan licencias por tiempo indeterminado, sumándose a esto que muchos compañeros salen del sistema educativo cada año en un porcentaje que va en aumento.

Con motivo de la Primera Encuesta Nacional sobre Condiciones y Medio Ambiente de Trabajo (CyMAT), que se realizó desde SADOP, se pudieron generar  luego algunas conversaciones con compañeros que deseaban expresar más en detalle ciertas cuestiones y hechos que generaron en ellos una determinada mirada, para desde allí, dar respuesta en la encuesta. Deseaban ampliar, tenían la necesidad de contar más.

Muchos de ellos coincidieron y remarcaron a la violencia en el ámbito escolar como lo más preocupante; violencia que se traducía no solo entre alumnos sino también de padres a docentes y peor aún, el maltrato de directivos, representantes legales, entre otros, hacia el docente.

Los compañeros expresaron además que, a veces, ciertas situaciones violentas entre alumnos eran muy difíciles de manejar, ya que al querer aplicar algún llamado de atención o sanción, temían una represalia (violenta) por alguno de sus progenitores.

No es casual que analizando porcentajes de la Encuesta CyMAT se haya obtenido que el 65% de los docentes está estresado, y el 73% padece fatiga y desánimo sin causa que lo justifique.

Las aulas a menudo se convierten en verdaderos campos de batalla, por múltiples razones, y en esas condiciones, desempeñar la tarea de profesor exige disposiciones que podrían calificarse de “casi heroicas”.

El psiquiatra y neurólogo español Carlos Castilla del Pino solía decir: “No hay ahora mismo profesión que depare mayor sufrimiento que la de profesor o maestro. Existe una patología del docente verdaderamente terrorífica. Los alumnos les han hecho perder la autoridad y es imposible mantener el orden en las aulas; ya no tienen miedo a la amenaza de la suspensión, porque hasta los padres, en este caso, se ponen en contra del profesor.” 

Teniendo en cuenta esto último, llegamos a la conclusión de que la escuela es verdaderamente el segundo hogar, aún más, es una prolongación del hogar del alumno y de todos y cada uno de los lugares de ocio (boliches, clubes, plazas, etc.). Y los alumnos no diferencian un lugar de otro. El concepto de “segundo hogar” como estaba planteado ya es caduco. En realidad, la escuela ya no es exclusivamente un lugar para aprender y ser educado.

La violencia en las escuelas va más allá de agresiones aisladas entre individuos que lo hacen sistemáticamente. La violencia en las escuelas se manifiesta de manera transversal involucrando a todos los actores de un establecimiento educativo, tanto sea por acción o por omisión.

Cuenta con cierto grado de permisividad e indiferencia por parte de los adultos responsables, por desconocer las consecuencias negativas que estas conductas pueden llegar a tener en quienes las realizan y padecen.

En muchas escuelas, este fenómeno –por así decirle– se está arraigando y constituye una de las mayores causas de deserción escolar.

Sabemos lo que está pasando. Podemos ponerle nombre: se acepta que el bullying es la denominación internacional consensuada, aunque se le añade otro componente que es la exclusión social. Podemos enumerar cientos de casos y hasta llevar una estadística diaria siguiendo las noticias en medios de prensa nacional y local del derrotero de los hechos que se multiplican como uno solo. Pero, ¿qué podemos hacer realmente?

Es hora de involucrarnos de manera activa. Es hora de mirar hacia adelante, hacia el problema, y hacerle frente.

No podemos permitir que una tarea tan noble como es la de enseñar, se vea enturbiada por el instinto más bajo de todo ser humano como lo es la violencia, en cualquiera de sus manifestaciones y a la cual repudiamos.

La Cámara de Diputados de la Nación aprobó una ley (cuya autora es la diputada y pedagoga Mara Brawer) en la cual se expresa de manera detallada y específica sobre el problema del  bullying. Lo interesante y positivo es que lo enfoca desde una perspectiva institucional y propone objetivos para una participación docente activa, interviniendo en el cambio de paradigmas que ayuden a una mejor convivencia escolar. SADOP apoya esta ley. Entonces, será tiempo para que cada uno de nosotros, desde nuestro lugar de trabajo, desde nuestros espacios, docentes, directivos, personal de maestranza, dirigentes, funcionarios, gobernantes, familia, alumnos y todos los participantes de organizaciones e instituciones de la educación, nos involucremos más aun, generando espacios de trabajo y de reflexión para ver y rever cuál será nuestro aporte genuino, generando acciones concretas que le reafirmen a la escuela su lugar, el lugar que no debe perder: el de enseñar y aprender.

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