“El trabajo dignifica a las personas” es una frase que escuchamos con insistente frecuencia y nos llena de orgullo como trabajadores; aun así, deberíamos tratar de ir más a fondo, bucear en lo relacionado con el trabajo en la historia del hombre o de la humanidad para entender que esa historia oficial que relata una evolución del trabajador sin contradicciones ni luchas o conquistas no fue tan así.
Por Jorge Aramayo
Secretario de Derechos Humanos
Consejo Directivo Nacional – SADOP
Desde que el mundo es mundo, el hombre tuvo que trabajar para sustentarse en aquella naturaleza agreste; podríamos intuir que la actividad laboral en esos tiempos fue casi solidaria, siendo su prioridad la lucha por su subsistencia. Resulta evidente que con la evolución aparecieron nuevos problemas para el ser humano, puesto que en las primeras sociedades organizadas de la antigüedad las labores eran realizadas por los esclavos, situación que se mantuvo con algunas variantes prácticamente hasta la Revolución Industrial, donde aquel ex esclavo, ex siervo y ahora trabajador o asalariado, por la tarea realizada empieza a recibir una remuneración que no se adecua o compensa proporcionalmente respecto al esfuerzo puesto de manifiesto por el trabajador, hecho que aún llega hasta nuestros días.
Si bien es cierto que la “Revolución Industrial” provocó grandes cambios en la sociedad, también resulta válido que la situación del trabajador, a pesar de su salario, se encontraba sobre el borde de una pequeña línea que lo separaba de la esclavitud. La historiografía documenta que la clase obrera vivía en condiciones infrahumanas, en contraste con el tipo de vida de los propietarios, que poseen todo tipo de riquezas.
Saber que los trabajadores resultan mayoría en la población llevó a plantear la necesidad de cambiar su situación y encontrar una forma de organizarse, en la cual la fuerza del número les brindara un poder social, dando nacimiento así al movimiento obrero con la fundación de los primeros sindicatos que tienen como objetivos mejorar su calidad de vida y transformar la sociedad; esta lucha es la que se mantiene vigente hasta la actualidad.
Este pequeño e incompleto repaso permite saber, a grandes rasgos, el recorrido del trabajo en la historia de la humanidad.
Para el hombre moderno o para nosotros, que hemos experimentado un avance enorme en cuanto a conocimientos, encontrándonos en la era tecnológica con algo conocido y otro tanto desconocido o por descubrir, continúa latente la pregunta acerca de cuál es la razón y por qué buscamos el trabajo: ¿qué imperativo nos lleva a él?
Entendemos que el trabajo resulta una necesidad primordial del ser humano, además de ser la única forma a través de la cual se ejecutan, modifican y realizan cambios en su medio ambiente. A partir de su intelecto, de su decisión y acción, el hombre se diferencia del resto del mundo animal, para bien o para mal; en ese afán nos encontramos todos nosotros.
En torno a esta problemática se desarrollan las distintas actividades que realiza el hombre y, junto a ellas, han ido apareciendo normas y leyes que regulan el trabajo, quedando en claro que estos derechos y conquistas sociales no nos han sido en modo alguno regaladas, sino que se tratan de la síntesis o el producto de la lucha de los trabajadores a lo largo de la historia, en las cuales no solamente se entregó tiempo, fuerza y voluntad de cambio sino que muchas veces la vida.
Asimismo, buscamos el trabajo porque en él y a través de esa actividad encontraremos las posibilidades que nos permitan mejorar desde el punto de vista personal, económico y social; por eso decimos que es una necesidad primordial, es un Derecho Humano.
Está claro que nos hace crecer como personas, crea lazos sociales, incentiva la solidaridad, nos proyecta al futuro; desde lo económico nos permite progresar, la posibilidad de llegar a la vivienda propia, de gozar del turismo, esparcimiento, da la posibilidad del perfeccionamiento y capacitación profesional y el aspirar a que los hijos tengan mayores posibilidades de estudio, un eslabón importante de la movilidad social tanto para el trabajador como para su descendencia.
Estos anhelos que tenemos y la esperanza de concretarlos vía el trabajo, muchas veces se ven entorpecidos por las aspiraciones desmedidas y el egoísmo del poder económico financiero, un poder que en estos últimos tiempos vemos actuar en Europa y que vivimos en nuestro país desde el golpe atroz y sanguinario del 76, pasando por Carlos Menem, y que estalló durante la gestión de Fernando De la Rúa en diciembre de 2001, que con algunas diferencias, se repitió en toda la querida “Patria Grande”. Estas políticas no solamente avasallan a los trabajadores, considerándolos una variable más de la estructura económica, es decir no humanos sino simplemente números, sino que además se lanzan a la búsqueda de los gobiernos democráticos endebles por no representar los intereses del pueblo, que con cierto beneplácito se constituyeron como aliados sirviendo de instrumentos que llevaron adelante las ideas del poder económico financiero reinante, en otras palabras: el neoliberalismo.
La realidad de nuestro país es abismalmente distinta a las épocas descriptas anteriormente, puesto que aquellas aspiraciones y esperanzas a ser concretadas por la vía del trabajo se pueden hacer realidad en mayor o menor grado. Es cierto que falta mucho, pero aun así es diferente, tenemos una realidad distinta a la de las décadas pasadas, no resulta igual por más que los grandes medios conocidos nos quieran hacer ver otras realidades. También es cierto que estos medios jamás jugaron a favor del trabajador o el pueblo, no porque nos lo hayan contado o lo pensemos, sino porque la historia los desnudó. En la actualidad contamos con negociaciones colectivas en todas las actividades laborales. La docencia, que siempre vivió bajo el Estatuto Docente, que arbitrariamente fijaba nuestros derechos y obligaciones tal cual lo describió claramente nuestro Secretario General, Mario Almirón, hoy tiene paritarias, y SADOP las está obteniendo con nuestros empleadores, quienes históricamente nos las habían negado. Sin dudas que hay un gran cambio.
Las aspiraciones y esperanzas que tenemos como trabajadores, y que anhelamos concretar a través del trabajo, son tan naturales y normales que es incomprensible que se nos coarte la posibilidad de llevarlas a cabo. Dijimos anteriormente que el hombre es el único que tiene la capacidad de modificar su entorno, para bien o para mal, lo que me lleva a pensar que lo que es bueno para uno es malo para otro por culpa del gran egoísmo del hombre.
Por ello se hace necesaria la regulación que ejercen los gobiernos; hoy en nuestro país hay una decisión política de Estado de modificar o equiparar las fuerzas entre el trabajador y el patrón. Hay un Estado interventor que unos pocos –aquellos pertenecientes al capital concentrado– no quieren; desean la década pasada, donde el 20% más rico del país se llevaba el 80% del PBI y el 80% del resto de la población vivía con el 20%.
Desde 1810 hasta la actualidad, han existido pocos períodos de fuerte intervención del Estado a favor del trabajador o del pueblo. Los más destacados fueron los períodos de Perón y esta última década de Néstor y Cristina Kirchner. Todos ellos fueron y son fuertemente criticados por el sector de la derecha. Como dicen por ahí “para muestra tan solo hace falta un botón”: la verdadera historia recuerda que en el golpe de septiembre de 1955, el contraalmirante Arturo Rial les dijo a los trabajadores municipales “sepan ustedes que la Revolución Libertadora se hizo para que en este bendito país, el hijo del barrendero muera barrendero”.
En estos períodos de grandes cambios se intenta mostrar a los conductores del país como responsables de las dádivas que recibieron y reciben los trabajadores o el pueblo, tildándolos de gobiernos populistas, cuando en realidad conceden derechos y no dádivas, derechos que se encuentran contenidos y vienen desde la Antigüedad. Valgan como antecedente en la historia universal el denominado Cilindro de Ciro, aunque existen discrepancias al respecto; otros hacen un análisis de los considerados iusfilosóficos, tomando desde los presocráticos hasta nuestros días, pasando por distintas etapas. En este sentido, resulta necesario marcar que las múltiples luchas de las sociedades y del hombre en pos de sus derechos han permitido su desarrollo en distintas etapas, de igual manera podemos decir que estas ideas también se ven reflejadas en la historia no contada de nuestro país. Es importante tener en cuenta los pensamientos de nuestros próceres como Castelli, Belgrano, Moreno, Monteagudo, San Martín y otros patriotas de la Patria Grande.
En definitiva, podemos afirmar que todas estas ideas, luchas y conquistas se hallan contenidas en la Resolución de las Naciones Unidas 217 A (III), del 10 de diciembre de 1948, que da nacimiento a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en la que de entre 58 países, 48 votaron a favor –entre ellos Argentina–, 8 se abstuvieron y 2 estuvieron ausentes.
O sea: lo desarrollado por estos tres gobiernos acusados de populismo no es otra cosa que el cumplir y concretar lo que Argentina firmó en la Resolución 217 de Naciones Unidas; muchos contenidos de esta resolución se hallan incorporados a los artículos de la Constitución del 49, sobre todo en el Capítulo III, cuyo título es “Derechos del trabajador, de la familia, de la ancianidad y de la educación y la cultura”. Esa Carta Magna ha fue declarada nula por aquellos que llevaron adelante el golpe de Estado del 55: a través de una proclama militar la echaron por tierra. Esa actitud y sus autores fueron criticados tanto por partidarios como por la oposición al golpe del 55, y tremendo avasallamiento obligó a los militares a convocar a la constituyente en abril del 57.
Analizar la Resolución 217 en su totalidad es imperdible, tarea que dejamos para cada lector como una inquietud a conocer. Sin embargo, valdría la pena recordar que aquellas aspiraciones y esperanzas que tenemos los trabajadores, detalladas ya en la parte superior de esta nota y que necesitan del trabajo para su concreción, están contenidas en los Art .23, 24 y 25, que dicen:
Artículo 23
1. Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo.
2. Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual.
3. Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social.
4. Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses.
Articulo 24
1. Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas.
Articulo 25
1. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalides, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes a su voluntad.
2. La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales. Todos los niños, nacidos de matrimonio o fuera de matrimonio, tienen derecho a igual protección social.
Al igual que la sociedad avanza en estudios, conocimientos, investigaciones, ciencia, tecnología, etc., también avanza en derechos. Por tal motivo, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, adoptado y abierto a la firma, ratificación y adhesión por la Asamblea General en su resolución 2200 A (XXI) del 16 de diciembre de 1966, entró en vigor el 3 de enero de 1976 de conformidad con el Artículo 27, al que Argentina adhirió. Estos documentos de Naciones Unidas ratificados por nuestro país poseen rango constitucional, por tanto son considerados derechos.
Pero no basta escribir los derechos y es claro que para poder hacer que éstos se cumplan los pueblos deben conocerlos, apropiarse e exigir que se transformen en una realidad. De esa manera, se producirá un empoderamiento social fuerte, en este caso de los trabajadores, por lo que no sería necesaria la decisión política de un gobierno para llevar adelante o no la aplicación de los mismos, aunque sin duda un contexto político favorable ayuda y mucho.
Queda en claro que aquellas aspiraciones y sueños a concretar mediante el trabajo son anhelos normales y naturales, propios de los seres humanos, de ahí que los estados procuran reglamentarlos. Por su parte, en la Naciones Unidades se acuerdan normas y criterios de convivencias no solo entre países, también para los habitantes de las naciones del orbe, buscando un equilibrio entre los que menos tienen y los poderosos, los estados y gobiernos. Por todo ello decimos que el “Trabajo es un Derecho Humano”.