A partir del asesinato en Charlie Hebdo se propaga la desconfianza entre franceses de origen judío, cristiano y musulmán, y se abre un proceso de descomposición social. Esa tribalización llena el espacio que antes habían ocupado proyectos de universalidad.
Alejandro Romero *
Diario Página 12
Hay mucho de preocupante en los acontecimientos ocurridos en Francia ya que manif iestan, por un lado, el recrudecimiento de la xenofobia, manipulación dirigida a buscar chivos expiatorios para la desigualdad, el descontento y la subordinación de las mayorías; y por otro, el fanatismo religioso islámico.
La xenofobia de derechas y el fanatismo religioso islámico son dos caras de una misma moneda, expresiones de una reacción modelada según la lógica civilizatoria de los victimarios de acuerdo con la cual se está construyendo un nuevo orden mundial sostenido en la explotación, guiada por la dominación de los sectores del capital concentrado y ejecutada por sus sirvientes políticos, militares y policiales a escala mundial.
Estamos en presencia de una reacción modelada por la lógica de la apropiación y la guerra, equivalente a la lógica del capitalismo en su etapa de mundialización.
Una reacción que promueve una "guerra entre víctimas".
El f ilósofo y sociólogo Edgar Morin sostiene que se propaga la desconfianza entre los franceses de origen judío, de origen cristiano y de origen musulmán, "en un proceso de descomposición en curso".
Ahora bien, esa "tribalización" llena el espacio que antes habían ocupado proyectos de universalidad posible del orden social, económico y éticopolítico: el "progreso" capitalista por una parte; la igualdad socialista o la justicia social, por otra. La secularización, el discurso universalista heredado de la revolución francesa, la ilusión del paso del capitalismo a un sistema más igualitario y realmente democrático, todo eso quedó reabsorbido y subsumido por el despliegue del capitalismo e identificado con él.
Lo que sobrevivió como refugio es débil y reactivo: la protección a la individualidad de las democracias liberales. Y duró poco: el propio curso del capitalismo se la llevó por delante en la producción de crecientes desigualdades, cada vez más profundas, y en la gestación de una plutocracia transnacional corporativa y policial. Hoy, las mayorías empiezan a descreer nuevamente del capitalismo y sus instituciones, incluso de esa democracia como realidad, pero no tienen nada a cambio.
No creen en ningún otro Proyecto de Universalidad Plural y Orgánica, en ningún otro proyecto de solidari solidaridad mundial. Y es que en nombre de esos valores y proyectos se erigieron farsas dedicadas a la concentración del poder o de la riqueza, como la Unión Europea; en su nombre pero en pro de sus propios intereses, Estados Unidos fomentó los fundamentalismos religiosos para combatir la independencia de Estados laicos como Rusia, el Irak del Baas o la Libia de Kadaffi.
Ahora bien, en los análisis hechos en los últimos días fueron muy pocos (Atilio Borón fue uno de ellos) los que señalaron la responsabilidad central y última en la promoción del odio, el fanatismo y el terrorismo ético-militar, del terrorismo sistemático que el gran capital y sus instrumentos políticos y militares ejercen con particular saña sobre el conjunto de la población del planeta y sobre todos los seres vivos. Esto se oculta. No se nombra. No se muestra.
De modo que queda en las sombras la raíz más profunda de estos sucesos y de esta deriva que parece indetenible.
También su raíz más angustiante, porque no sabemos muy bien cómo haríamos para salir del capitalismo, ni qué forma tendría el camino hacia un régimen ético-político y económico-social diferente, más igualitario, democrático y, por lo tanto, pacífico, aunque no por eso sin conf lictos. Un régimen de justicia social y Derechos Humanos Integrales garantizados para todos los seres humanos.
Lo más grave es que parece que hubiéramos perdido la esperanza de que eso sea posible. Con lo cual, si lo individual no está garantizado porque ha sido arrasado a pasos agigantados por un estado de apropiación casi esclavista de la riqueza en manos de minorías ínfimas que avanzan a través de la represión policial y militar de las mayorías y tiene como contracara que no creemos posible lo "universal", es decir un proyecto mundial solidario, a la vez plural y "coordinado", entonces es lógico que resurjan los particularismos.
Y que estos se opongan a las libertades y a las disfuncionalidades de la singularidad, al mismo tiempo que a otros particularismos. Es decir, que cada uno de ellos reivindique para sí la "Verdad" y el "Bien": que quiera ser hegemónico, o bien autárquico. Estar en el tope de la jerarquía: sólo para sí (autarquía), o para todos (hegemonía). Nuevamente un particularismo que se pretende universal, que desata la guerra y oprime: el mismo modo de operar del occidente capitalista, moderno, "laico" y a la vez pretendidamente cristiano.
La cosa es simple: o reencontramos la posibilidad real, asumida y trabajada cotidiana y creadoramente por las mayorías, por todos y cada uno de nosotros, de un orden solidario, igualitario y pluralista, y entonces las opciones "seculares", "democráticas" pueden encontrar nuevos modos de elaborarse, más potentes y reales material y socialmente hablando; o esa posibilidad no existe y entonces? triunfa este proyecto de una guerra de todos contra todos al servicio de unos pocos poderosos. Y una guerra genera ejércitos en pugna y asesina.
* Filósofo. Integrante de la Secretaría de DD HH de la CGT