De acuerdo con cifras del “Balance Preliminar de las Economías de América Latina y el Caribe” elaborado por la Cepal, los países que optaron por las recetas ortodoxas consistentes en el manejo privado de los principales resortes de la economía y la apertura comercial vía tratados de libre comercio con EE UU tuvieron cuentas corrientes negativas (por el saldo de la balanza comercial y los intereses de la deuda externa), en tanto que lo compensaron con superávit en la cuenta capital, que es la que registra ingreso de capitales entre los que se destacan las colocaciones financieras y el endeudamiento externo.
El credo neoliberal establece que la política monetaria se debe manejar por metas de inflación y constriñe al Banco Central a velar por el valor de la moneda mediante acciones de freno a las políticas monetarias expansivas. La ortodoxia prescribe la libre movilidad de capitales y excluye a las articulaciones industriales como instrumento y objetivo de la política económica.
Molesta de Argentina y Venezuela el curso de políticas que promueven una distribución progresiva del ingreso mediante estímulos de gasto público. Son programas de transferencia de ingresos e inversión pública que generan una resistencia del capital ante los incrementos de los ingresos de trabajadores y jubilados. La respuesta es el aumento de precios de los grandes jugadores en la cadena de valor que impacta mediante una puja permanente.
Hay otro motivo que también molesta de estos dos países y es la perspectiva regional. Mientras Venezuela y Argentina sean algunos de los principales motores del Banco del Sur y el Mercosur, EE UU y sus aliados en América Latina serán criticados por su orientación económica que representa un mal ejemplo para sus vecinos.
PLANES DE WASHINGTON. Académicos de la talla de Álvaro García Linera y Atilio Borón aseguran que después de la muerte de Hugo Chávez, América Latina entró en una etapa más bien defensiva en la posición desafiante del consenso neoliberal. Tras los cambios que se iniciaron en Venezuela en 1998, numerosos países iniciaron, con distintos grados de radicalidad, un período de avances continuos hacia la integración y los proyectos de desarrollo nacional.
La partida de Chávez delineó un nuevo escenario. Washington retomó sus proyectos de tutelaje a través del lanzamiento de la Alianza Pacífico, el control militar mediante bases y flotas y, recientemente, la apertura hacia Cuba para desembarcar comercialmente en la isla.
La batalla central se desarrolla actualmente en Venezuela. Ahí se alentaron numerosos movimientos sediciosos desde que Maduro obtuvo el triunfo, pero fueron contrarrestados por un poder popular consciente y organizado, desde las fuerzas militares para abajo, que logró evitar el golpe blando, al estilo de los que EE UU promovió durante la llamada Primavera Árabe.
En los últimos meses cambió el método golpista y comenzó a utilizarse el de la guerra económica, similar a la que se desplegó contra el gobierno socialista de Salvador Allende en Chile en 1973. En aquel tiempo Chile debió enfrentar el sabotaje comercial, las huelgas patronales en sectores clave (transporte) y, fundamentalmente, el desabastecimiento.
Hoy en Venezuela se observan las mismas tácticas, amplificadas por los medios internacionales masivos. Así es como se constatan colas frente a los supermercados, derivadas de la estrategia empresaria abiertamente contraria al proyecto socialista del chavismo. Especulan con los precios (fogoneando la inflación), con las divisas (en el mercado paralelo) y con los alimentos, lo que sensibiliza a cualquier pueblo jaqueado por las decisiones corporativas.
En 1973 Allende fue derrocado y pagó con su vida la defensa de los principios que defendía. Hoy Venezuela resiste el embate de los conspiradores que mueven fichas en Washington y se frotan las manos al ver las colas frente a los supermercados. Maduro y el pueblo venezolano tienen la firmeza para sostener el proceso. Resta que los demás países de la región colaboren para intensificar la alternativa regional y provean los alimentos que escasean en Caracas.
Por Leandro Bona
Fuente: Diario Tiempo Argentino, Suplemento TyE