Mario Almirón, Secretario General de SADOP, analiza al mundo del trabajo.
¿Llegó el fin de la historia sindical? Definitivamente no. El movimiento obrero organizado debe recuperar el pasado, pero también reformular el presente para abarcar nuevos horizontes. Hay que rescatar la unidad y ser generosos para seguir siendo fieles al pueblo.
Existen dirigentes eternizados en el poder, que son ramas de un árbol que solo da frutos para sí mismos. Perdieron definitivamente su rumbo. Son solo caricaturas. Sin embargo, muchos que eligieron para sí el honor de servir a los demás, han sido objeto de tantas artimañas, mentiras y olvidos, que se cansaron y han renunciado, olvidado o desnaturalizado su originaria vocación.
También comenzamos a ver jóvenes, frutos de una voluntad que se quiere a sí misma, sin lazos con el pasado glorioso. En frívola ignorancia, creen que con ellos “comienza la historia”, así les enseñaron y así les convino aprender. Son “adanistas”.
Cuestionan por boca de otros. Es más fácil diferenciarse de los malos ejemplos, repitiendo, que buscar raíces, formarse, cuestionarse, cuidar la unidad.
Y hacen “carrerismo” en un lugar que solo es para dar lo mejor de cada uno. Esos serán los administradores del desencanto.
¿Se agotaron los privilegios a derrumbar? ¿Alcanza ya con ser clasemedializados con un ingreso que permita acceder al consumo? No. La dignificación del hombre sigue siendo la meta a través del trabajo, de una cultura del esfuerzo que templa a los pueblos, jamás mediante el acceso al consumo.
¿Que hay que mejorar los ingresos? Sí, no hay un límite de acceso a la dignidad. No es opción el consumo a la cultura del esfuerzo, que hace sólidos a los pueblos y capaces de sobrevivir toda acechanza del destino.
Vemos que la anterior Justicia Social, plasmada ya en el derecho y en las conciencias de los trabajadores, no alcanza para una nueva realidad, inimaginable solo dos décadas atrás.
Aparecen en el escenario los nuevos pobres. Frutos evidentes de la cultura del descarte. Nuevos rostros sin nombres que ninguna estadística registra, hacinados en los arrabales de megaciudades, generan formas sociales tribales, a poca distancia de zonas que disponen de todos los frutos del progreso.
Ya ni se anotan en los registros que nominan e integran, solo en improvisadas listas de algún reparto; su dolor se hace rabia y el Estado ya no llega a ellos y sí el crimen organizado. Sus cortas y frágiles vidas engrosan las cuentas de los mercaderes de la muerte, dan lo único que tienen a cambio de momentos de olvido; hasta eso les arrebatan: sus cortas y frágiles vidas.
¿Qué hacer? Algunos tendrán que sostener firmemente lo conseguido, sin tregua, ante flexibilizaciones, precarizaciones, congelamientos varios que atemorizan y crean conformismos para volver atrás.
Otros deberán imaginar nuevos recipientes que contengan tanta injusticia y marginación: diseñarlos, predicar y conducirlos. También, buscando el auxilio de la mano hermana de las organizaciones consolidadas.
Esa es la hoja de ruta: Sostener lo propio, acompañando y protegiendo las nuevos partos de la Patria.