¡Atención: Deuda y culpa no son la misma cosa!
Por Mario Casalla
Especial para Punto Uno
En estos días hay una palabra inglesa que se ha vuelto a poner de moda: default. A pesar que a todos nos provoca cierto escozor la utilizamos así nomás, sin traducirla y como sintética descripción de algo que nos está pasando, o estaría a punto de suceder. Nos preguntamos y polemizamos acerca de sí ya estamos en default, o si vamos a estarlo próximamente, y una legión de economistas, abogados, asesores de todo tipo y “opinadores” siempre dispuestos a ilustrarnos sobre el tema del día, toman la palabra default como unívoca y claramente comprensible. Sin embargo la palabreja se las trae y dista de ser unívoca, advertencia que resultará fundamental para encarar el debate que se viene, más allá de los tecnicismos económicos del caso.
UNA CONFUSION PELIGROSA
La palabra inglesa “fault” (de donde viene la expresión “default”) quiere decir, al mismo tiempo, Deuda y Culpa (cosas sin embargo muy diferentes entre sí!). Es que -en los idiomas sajones- en general esas dos nociones (deuda y culpa) van inexorablemente asociadas. Así por ejemplo, en alemán la palabra schuld, quiere también decir -a la vez- deuda y culpa. Por lo cual, en esos idiomas es muy difícil (o casi imposible) separar la deuda de la culpa: en principio todo deudor es siempre culpable y la única forma de dejar de serlo es pagando esa deuda, “honrándola”, como suele escucharse en los ámbitos internacionales. Así “honrar la deuda”, sería el deber primero de toda persona (o país) que desee retomar su prestigio y confiabilidad. La deuda (default) generaría automáticamente una culpa (fault) y no pagarla implicaría un deshonor (no sólo un delito económico). Hay que pagar para volver a ser admitido en el club de la “gente honorable” (las que no tienen deudas). En cambio en latín –de donde deriva nuestro castellano- las cosas cambian. Allí si hay términos diferenciados: “debita” es la palabra que se usa para decir deuda, pero aparece ahora una palabra específica para decir culpa, que es la misma que ha llegado hasta nosotros (“culpa”). La culpa es definida –a diferencia de la deuda- como “una falta hecha a sabiendas”, es decir con intención. De ésta escisión latina entre deuda y culpa, nacen no sólo nuestros términos castellanos sino también -y entre muchas otras- las diferenciaciones idiomáticas en el francés (entre “dette”, deuda y “faute”, culpa) y en el italiano (“debita”, deuda y “colpa”, culpa). O sea que en castellano tenemos nosotros la posibilidad de pensar una deuda de la cual no tenemos la “culpa”; o bien de pensar una culpa, de la que nos somos “deudores”.
COMO EL RELOJ DE TAXIMETRO
El diván de los psicoanalistas suele estar poblado de estos falsos deudores (que sufren culpa por una deuda que en realidad no tienen), así como de falsos acreedores (que pretenden cobrar una deuda, sobre la cual no tienen en realidad derecho). El propio Freud reconoció en esta ambigüedad de la culpa, una de las causas fundamentales de la neurosis. Comparaba a ese tipo de culpa con el reloj de un auto-taxímetro, en el cual uno es deudor aún antes de haber empezado el viaje (la famosa “bajada de bandera”, como por aquí la llamamos!). Pues bien, también en materia de economía internacional es bastante común el accionar de (dudosos) acreedores, así como el de (falsos) deudores, ambos confundiendo culpas y deudas según propias conveniencias. Por cierto que en estos casos la verdad también está tarifada y siempre hay un árbitro (antes que un terapeuta) dispuesto fallar según sople el viento del poder. El caso argentino es palmariamente así: se le reclamó el pago de una deuda (de la cual en realidad no era propiamente culpable) y lo hace un acreedor (con quien en realidad no la contrajo). Y como si lo anterior no fuera suficiente estamos por volver a tropezar con la misma piedra. Un verdadero galimatías donde (pasando ahora de Freud a Kant) podríamos decir que “unos ordeñan el macho, mientras otros ponen el jarro”. Único chiste que el viejo y adusto filósofo alemán se permitió -a lo largo de su muy seria “Crítica de la Razón Pura”- para demostrar qué poco o nada suele resultar de situaciones como esa.
LA DEUDA ARGENTINA
El actual caso argentino –como era de esperar- vuelve a ser sumamente original; así como también lo es el muy peculiar acreedor. Hace mucho alguien endeudó a todos los argentinos, en nombre de unos pocos que sí tenían la culpa (de esa deuda impagable). Fue entonces cuando un funcionario decidió que la deuda de esos pocos era en realidad la de todos: así se estatizó la deuda externa privada, transformándola en pública. Esta singular “bajada de bandera”, se materializó con un breve Comunicado del Banco Central de la R.A (el A-251 de noviembre de 1982), ratificado luego a los apuros, por el decreto-ley 22749 (en febrero de 1983), es decir en los últimos días de la dictadura militar iniciada en 1976. Otro de los presentes griegos que debió soportar la renacida democracia. A partir de allí todos los argentinos nos hicimos cargo de la deuda de algunos, como si con la propia no fuese suficiente. Aquél día el Ángel que sirvió a la Bestia tuvo nombre: para que la burla no tuviese fin, su nombre coincidía con el del día de la semana dedicado al Señor, el séptimo día. Se llamaba Domingo y pocos años después volvió a hacerlo, a pedido de algunos políticos que gobernaban (y ahora vuelven a reaparecer). A caballo de dos monturas (una militar y otra civil), Domingo no se privó de nada y sigue por allí (sin deudas, pero lleno de culpas) con el taxímetro siempre presto para algún nuevo pasajero incauto. Ojo si lo ve libre por la calle, no suba porque inexorablemente choca!. Lo va a reconocer porque el tipo es pelado, tiene un lunar en la cara y su matrícula termina con la cifra “666”. Otros dicen que en la luneta trasera del auto, está pegada la figura de un Buitre. Fíjese, amigo lector, porque empezó a correr el tiempo de descuento.