2012-04-01
Por Claudio Corriés, Secretario de Cultura, Consejo Directivo Nacional - SADOP.
-“Me parece que es un personaje del Martín Fierro o algo así.”
-“¿Sabés por qué se celebra Halloween?”
-“¡Sí! Es la manera en que se recuerda el día de los muertos en Estados Unidos, ¿cómo no sabés?”
Estos diálogos cotidianos son una mínima muestra de lo que el aparato cultural colonial ha influido desde hace décadas en las conciencias y saberes de nuestros chicos y jóvenes.
No se trata aquí de demonizar a los niños ni a los mayores. Se trata de un aporte para analizar, en ocasión del 30° Aniversario de la recuperación de nuestras Islas Malvinas, acerca del aún más escandaloso dominio que la cultura dominante ha ejercido e intenta seguir ejerciendo sobre nuestras ciencias y nuestras conciencias.
Los argentinos tenemos el triste privilegio de ser objeto de colonización territorial –en nuestras Islas Malvinas– y, lo que es más grave, de colonización cultural.
Imposible referirse a este modelo de colonización sin convocar a Arturo Jauretche (mientras escribo esto, el corrector de “español” del procesador de texto, reconoce “Halloween” y no “Jauretche”, claro). La mentalidad colonial, que consiste básicamente en considerar a todo lo que viene de afuera como bueno y a todo lo propio como despreciable, fue objeto de los desvelos de un grupo de argentinos que, hartos ya de estar hartos, fundaron FORJA bajo la consigna “Somos una colonia queremos ser una Nación”.
Este pensador olvidado y despreciado por la historiografía mitrista vuelve a nosotros cada vez que el concepto de soberanía nacional y popular ocupa, por acción o por omisión, un espacio entre tanto debate político o mediático.
Para los trabajadores, y en especial para los docentes, la tarea es, entonces, la de promover la descolonización pedagógica, que consiste, sencillamente, en “mirar desde acá”.
Porque todo proyecto pedagógico es político.[2]
Las zonceras argentinas a las que se refería Jauretche en su Manual, y la consideración de la madre que las parió a todas (“Civilización o Barbarie”), nos permiten encontrar, como si hubiera sido escrito hoy, una clave interpretativa de algunas verdades reveladas que son medias verdades o falsedades, y que han marcado y marcan nuestra cultura cotidiana: es decir, nuestra manera de obrar, de vincularnos y de ser con lo divino, con la humanidad y con la naturaleza.
El repaso de muchos de los textos escolares que tienen nuestros chicos nos convoca a una tarea enorme e imprescindible: desestructurar el andamiaje de colonización y sometimiento.
Dos ejemplos de estos días
El debate que se ha abierto en los medios de comunicación acerca de las restricciones a las importaciones resueltas por el gobierno nacional es una prueba de ello. Ciertamente que en las actuales condiciones del capitalismo globalizado, la producción de bienes requiere de algunas –pocas– importaciones que permitan sustituir aquellos productos que las industrias nacionales aún no pueden fabricar. Sin embargo, la mentalidad colonial ha obrado como un resorte “defensivo”. La falta de algunos productos de supuesta “primera necesidad” ha sido la excusa para esconder la superflua importación que impide el desarrollo de nuestras industrias. En otras palabras: los mismos que, cuando se trata de personas hablan de inmigración descontrolada, promueven y favorecen la importación de artículos superfluos, cuya producción puede ser reemplazada perfectamente por el trabajo argentino, exentos del dumping económico que suponen ciertas economías exportadoras.
Así también, con el invalorable apoyo de buena parte de las empresas periodísticas hemos “comprado” una visión parcial y colonial de la defensa del medio ambiente. Gracias a esta visión sesgada de la ecología (que no hay que olvidar, debería tener al ser humano como centro de sus preocupaciones),
nuestros niños, al decir de Alejandro Dolina, “conocen más acerca de los osos polares que de los correntinos”.
Aunque llame a risa, la “estrategia” de la gran corporación ambientalista consiste en comprar acciones de Shell, según anunció hace unos años, para “controlar el monstruo desde adentro”.
Sin embargo, los ecologistas no dudan en apuntarles a los procesos de desarrollo de los países que consideran emergentes. Así, sus ataques al plan nuclear argentino, se parecen demasiado a los intereses que desarrollan las corporaciones, e incluso los gobiernos, bajo el ala de la preservación ambiental; demuestran poco interés en aquellos emprendimientos que vulneran intereses de las empresas transnacionales y mucho en aquel que podría dañar los intereses de diversas multinacionales de energía.[3]
Estas y otras acciones esconden la intención de la “reconversión” de nuestra economía en una producción primaria y dependiente, sin tecnología propia.
Y, volviendo al origen de esta nota –que sólo pretende aportar a un debate–, el tema de la recuperación de las Islas Malvinas también ha sido territorio donde la mentalidad colonial ha operado sin vergüenza.
Comenzando por la visión de nuestros soldados como “los chicos de la guerra”. Resulta llamativo que ellos mismos desprecien ese calificativo para nombrarse, y el resto de la sociedad insista en llamarlos así.
No se trata tampoco de olvidar las diversas atrocidades que superiores cobardes e infames propinaron a los soldados. Ello es objeto de análisis de la justicia, y, afortunadamente, la desclasificación y publicidad del Informe Rattenbach permitirá establecer responsabilidades y castigar a los culpables de aberrantes acciones contra los hombres que luchaban en condiciones de inferioridad.
Sin embargo, tanto el menosprecio de los combatientes cuanto el discurso de que la guerra sólo se trató de una locura de un borracho alucinado, impiden pensar en Malvinas como un objetivo Nacional, que ha de alcanzarse mediante la vía de la diplomacia y de la unidad nacional, de la lucha popular y del cumplimiento de las resoluciones de descolonización.
Conscientemente evito la palabra “diálogo”, ya que últimamente esté término ha sido utilizado como sinónimo de rendición. En tono “jauretcheano”: cuando los poderosos te reclaman diálogo, te están pidiendo que renuncies a tus principios.[4]
No deja de alarmar que el Operativo Cóndor, cuando un grupo de argentinos, encabezado por Dardo Cabo y su compañera Cristina Verrier, osó recuperar por las suyas nuestras Malvinas en plena dictadura de Onganía, esté silenciado y olvidado.[5]
Finalizando y volviendo al principio
La tarea de los trabajadores de la educación será favorecer el debate de todas las visiones, para que nuestros niños –y sobre todo nuestros jóvenes– puedan tener una mirada “desde acá”, que les permita, aún en el marco del cambalache televisivo y cultural al que se ven sometidos, conocer algo más acerca de este señor Rivero, y algo menos sobre las tradiciones anglosajonas que hablan más de muertos que de una sociedad viva que mira con esperanza el futuro de libertad y dignidad.
Recomendamos la utilización del material “Pensar Malvinas” editado por el Ministerio de Educación en 2010.
Dardo Cabo, hijo del Secretario General de la UOM, Armando Cabo, figura de la Resistencia Peronista, fue creador y conductor del Movimiento Nueva Argentina. Fue asesinado por la dictadura en 1976 durante un “intento de fuga” durante un “traslado”.
[2] Para profundizar, se aconseja la lectura de PROYECTO UMBRAL, editado por SADOP en 2010.
[3] Sugerimos ver este video de youtube del programa “Bajada de Línea”, sobre capitalismo y ecología. http://www.youtube.com/watch?v=yWNp_0dUAS8
[4] Recomendamos la película Locos de la bandera que pretende, con éxito, mostrar una visión distinta a Los chicos de la Guerra e Iluminados por el fuego que responden a esa visión sesgada de Malvinas.
[5] http://www.lanacion.com.ar/1457899-la-historia-de-18-jovenes-que-secuestraron-un-avion-para-pisar-malvinas