2012-04-01
La vulnerabilidad ideológica
Por Marcelo Gullo*
La hipótesis sobre la que reposan las Relaciones Internacionales, como sostiene Raymond Aron, está dada por el hecho de que las unidades políticas se esfuerzan en imponer, unas a otras, su voluntad. La Política Internacional comporta siempre una pugna de voluntades: voluntad para imponer o voluntad para no dejarse imponer la voluntad del otro.
Para imponer su voluntad, los Estados más poderosos tienden, en primera instancia, a tratar de imponer su dominación cultural. El ejercicio de la dominación, de no encontrar una adecuada resistencia por parte del Estado receptor, provoca la subordinación ideológico-cultural que da como resultado que el Estado subordinado sufra de una especie de síndrome de inmunodeficiencia ideológica, debido al cual, el Estado receptor pierde hasta la voluntad de defensa. Podemos afirmar, siguiendo el pensamiento de Hans Morgenthau, que el objetivo ideal o teleológico de la dominación cultural –en términos de Morgenthau, “imperialismo cultural”[ii]– consiste en la conquista de las mentalidades de todos los ciudadanos que hacen la política del Estado en particular y la cultura de los ciudadanos en general. Sin embargo, para algunos pensadores como Juan José Hernández Arregui, la política de subordinación cultural tiene como finalidad última no sólo la “conquista de las mentalidades” sino la destrucción misma del “ser nacional” del Estado sujeto a la política de subordinación. Y aunque generalmente, como reconoce Hernández Arregui, el Estado emisor de la dominación cultural (el “Estado metrópoli”, en términos de Hernández Arregui) no logra el aniquilamiento del ser nacional del Estado receptor, el emisor sí logra crear en el receptor “un conjunto orgánico de formas de pensar y de sentir, un mundo-visión extremado y finamente fabricado, que se transforma en actitud «normal» de conceptualización de la realidad [que] se expresa como una consideración pesimista de la realidad, como un sentimiento generalizado de menorvalía, de falta de seguridad ante lo propio, y en la convicción de que la subordinación del país y su desjerarquización cultural, es una predestinación histórica, con su equivalente, la ambigua sensación de la ineptitud congénita del pueblo en que se ha nacido y del que sólo la ayuda extranjera puede redimirlo”[iii].
Preciso es destacar que, aunque el ejercicio de la subordinación cultural por parte del Estado emisor no logre la subordinación ideológica total del Estado receptor, puede dañar profundamente la estructura de poder de este último si engendra, mediante el convencimiento ideológico de una parte importante de la población, una vulnerabilidad ideológica que resulta ser –en tiempos de paz– la más peligrosa y grave de las vulnerabilidades posibles para el poder nacional porque, al condicionar el proceso de la formación de la visión del mundo de una parte importante de la ciudadanía y de la elite dirigente, condiciona, por lo tanto, la orientación estratégica de la política económica, de la política externa y, lo que es más grave aun, corroe la autoestima de la población, debilitando la moral y el carácter nacionales, ingredientes indispensables –como enseñara Morgenthau– del poder nacional necesario para llevar adelante una política tendiente a alcanzar los objetivos del interés nacional.
Sobre la importancia que la subordinación cultural ha tenido y tiene para el logro de la imposición de la voluntad de las grandes potencias refiere Zbigniew Brzezinski: “El Imperio Británico de ultramar fue adquirido inicialmente mediante una combinación de exploraciones, comercio y conquista. Pero, de una manera más similar a la de sus predecesores romanos o chinos o a la de sus rivales franceses y españoles, su capacidad de permanencia derivó en gran medida de la percepción de la superioridad cultural británica. Esa superioridad no era sólo una cuestión de arrogancia subjetiva por parte de la clase gobernante imperial sino una perspectiva compartida por muchos de los súbditos no británicos. [...] La superioridad cultural, afirmada con éxito y aceptada con calma, tuvo como efecto la disminución de la necesidad de depender de grandes fuerzas militares para mantener el poder del centro imperial. Antes de 1914 sólo unos pocos miles de militares y funcionarios británicos controlaban alrededor de siete millones de kilómetros cuadrados y a casi cuatrocientos millones de personas no británicas”[iv].
La subordinación ideológico-cultural produce en los Estados subordinados una “superestructura cultural” que forma un verdadero “techo de cristal” que impide la creación y la expresión del pensamiento antihegemónico y el desarrollo profesional de los intelectuales que expresan ese pensamiento. El uso que aquí damos a la expresión “techo de cristal” apunta a graficar la limitación invisible para el progreso de los intelectuales antihegemónicos, tanto en las instituciones culturales como en los medios masivos de comunicación.[v]
El surgimiento del pensamiento nacional
En alguno de los Estados que han sido sometidos por las potencias hegemónicas a una política de subordinación cultural surge, como reacción, un pensamiento antihegemónico que lleva adelante una “Insubordinación ideológica” que es, siempre, la primera etapa de todo proceso emancipatorio exitoso. Cuando ese pensamiento antihegemónico logra plasmarse en una política de Estado se inicia un proceso de “Insubordinación fundante”[vi] que, de ser exitoso, logra romper las cadenas que atan al Estado, tanto cultural, económica, como políticamente, con la potencia hegemónica.
En la Argentina, al pensamiento antihegemónico sus propios protagonistas los designaron como “Pensamiento Nacional” por contraposición al pensamiento producido por la subordinación cultural; pensamiento, este último, al que denominaron, implícitamente, como “pensamiento colonial”. Ese pensamiento colonial, para los hombres del Pensamiento Nacional daba origen a partidos políticos, de izquierda o de derecha, que no cuestionaban la estructura material ni la superestructura cultural de la dependencia.
Por ello, podía haber, en los términos expresados por esos mismos hombres del Pensamiento Nacional, tanto una derecha como una izquierda “cipayas”.
La Generación del ‘900 y la primera insubordinación ideológica
En América Latina, la primera Insubordinación ideológica fue protagonizada por los hombres de la denominada Generación del ‘900[vii], cuyas figuras más representativas fueron el uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917), el mexicano José Vasconcelos (1882-1959) y el argentino Manuel Ugarte (1875-1951). Éstos llegaron a la conclusión de que el proceso de rebelión colonial hispanoamericano, iniciado en 1810, había sido, en realidad, un “gran fracaso” porque, a diferencia del proceso de rebelión colonial protagonizado por las Trece Colonias norteamericanas, no había concluido en la “Unidad”, es decir en la conformación de un solo Estado, sino y por el contrario –a diferencia del deseo y los esfuerzos de sus principales héroes: Artigas, San Martín, Belgrano, O´Higgins, Bolívar y Sucre– en la fragmentación de la Nación Hispanoamericana.
Esta primera Insubordinación ideológica se materializó políticamente en el Aprismo fundado por el joven peruano Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979) quien conformara el primer partido político hispanoamericano cuya finalidad era la construcción de un Estado Latinoamericano que abarcara desde el Río Grande a la Tierra del Fuego, abrazando en un ideario concreto el pensamiento de aquellos hombres de la Generación del ´900.
La Corriente Revisionista y la segunda insubordinación ideológica
La segunda Insubordinación ideológica, más localizada geográficamente, pero quizás más intensa desde el punto de vista conceptual, se originó en el Río de la Plata, siendo protagonizada por aquellos hombres a los que podemos denominar como “La Corriente Revisionista”. Y al hablar de esta Corriente es imprescindible mencionar a sus más destacados integrantes como lo fueron los argentinos Arturo Jauretche (1901-1974), Raúl Scalabrini Ortiz (1899-1959), José María Rosa (1906-1991), José Luis Torres (1901-1965), Arturo Sampay (1911-1977), Rodolfo Puiggrós (1906-1980), José Hernández Arregui (1913-1974), Jorge Abelardo Ramos (1921-1994), Fermín Chávez (1924-2006), los uruguayos Washington Reyes Abadie (1919-2002), Vivian Trías (1922-1980) y el más joven de todos ellos, Alberto Methol Ferré (1929-2009). Fuera del Río de la Plata pueden también considerarse inscriptos en esta corriente el boliviano Andrés Soliz Rada y el chileno Pedro Godoy, ambos vivos.
La “idea fuerza” fundamental que descubre la “Corriente Revisionista”, que se transformará en la piedra angular de todo su pensamiento, consiste en develar que la “guerra de la independencia de España” fue un fracaso no sólo –como sostenían los hombres de la Generación del ´900– porque no se logró conformar políticamente la Gran Nación Hispanoamericana sino, también, porque las distintas repúblicas que surgieron, producto de la fragmentación de los distintos Virreinatos, pasaron de la dependencia formal de España a la dependencia informal de Gran Bretaña. Esa dependencia informal de Gran Bretaña hizo que todas las Repúblicas hispanoamericanas se incorporaran a la economía internacional como simples productores de materias primas y que, a diferencia de los Estados Unidos y Canadá, subordinadas ideológicamente, no aplicaran una política económica proteccionista que les hubiese permitido convertirse, también, en Estados mediana o fuertemente industrializados, cosa que a su vez hubiese facilitado la unidad que propugnaban los hombres del ´900.[viii]
La Corriente Revisionista descubre también que el instrumento principal, a través del cual Inglaterra había logrado la subordinación ideológico-cultural de la América española y de la Argentina en particular, había consistido en la “falsificación de la historia”.
Es por ello que escribía Raúl Scalabrini Ortiz: “Si
no tenemos presente la compulsión constante y astuta con que la diplomacia inglesa lleva a estos pueblos a los destinos prefijados en sus planes y los mantiene en ellos, las historias americanas y sus fenómenos sociales son narraciones absurdas en que los acontecimientos más graves explotan sin antecedentes y concluyen sin consecuencia. En ellas actúan arcángeles o demonios, pero no hombres…la historia oficial argentina es una obra de imaginación en que los hechos han sido conciente y deliberadamente deformados, falseados y concadenados, de acuerdo a un plan preconcebido que tiende a disimular la obra de intriga cumplida por la diplomacia inglesa, promotora subterránea de los principales acontecimientos ocurridos en este continente.”[ix]
Esta simple pero contundente cita de Scalabrini Ortiz podría resumir, de modo tan claro como lapidario, el meollo del descubrimiento de esa serie de excelsas plumas al servicio de la Nación: poner en claro que no sólo fuimos disgregados, sino que lo fuimos para mayor gloria, señorío y riqueza de la Inglaterra, nuevo amo que se instaló a expoliar nuestros recursos, mellar nuestras ansias de libertad nacionales y justicia para nuestra gente.
Y claro, como la verdad de que seguíamos siendo una colonia, aunque dependiente de otro amo, la Gran Bretaña, no era una película “apta para todo público”; hubo que “inventar” una historia nueva, una historia que ocultara, deformara y ajustara los hechos a los designios del nuevo amo. Esta labor que con maestría de sofista veterano llevó adelante Bartolomé Mitre después de la batalla de Caseros fue difundida por la escuela pública y los programas oficiales: “La historia que nos enseñaron desde pequeños, la historia que nos inculcaron como una verdad que ya no se analiza, presupone que el territorio argentino flotaba beatíficamente en el seno de una materia angélica. No nos rodeaban ni avideces, ni codicias extrañas. Todo lo malo que sucedía entre nosotros, entre nosotros mismos se engendraba…las luchas diplomáticas y arterías estuvieron ausentes de nuestras contiendas…para eludir la responsabilidad de los verdaderos instigadores, la historia argentina adopta ese aire de ficción en que los protagonistas se mueven sin relación con las duras realidades de esta vida. Las revoluciones se explican como simples explosiones pasionales y ocurren sin que nadie provea fondos, vituallas, municiones, armas, equipajes. El dinero no está presente en ellas, porque rastreando las huellas del dinero se puede llegar a descubrir a los principales movilizadores revolucionarios… esa historia es la mayor inhibición que pesa sobre nosotros. La reconstrucción de la historia argentina es, por eso, urgencia ineludible e impostergable.”[x]
A sabiendas de la existencia de una verdad distinta de la “oficial”, como bien apunta Scalabrini Ortiz en el párrafo que antecede, aquellos hombres sienten como una labor impostergable “descubrir” la historia verdadera, la historia que nos relegaba a sirvientes y nos ataba al destino de la potencia que, soterradamente, nos dominaba. No podían aquellos hombres de política y pluma dejar de encarar la tarea de establecer, sobre bases sólidas, los principios ocultos, aquellas premisas que nos llevaran a conclusiones verdaderas, alejadas de la falacia mitrista y cercana al conocimiento de nuestra realidad y de nuestros problemas reales, para que munidos de verdades, encaráramos la solución de los verdaderos problemas. Era para ello necesario revisar (y refutar, documentos en mano) el montaje mitrista, ajeno a la verdad. A esa labor se consagraron, principalmente, entre otros, José María Rosa, Jorge Abelardo Ramos y Fermín Chávez.
Según Arturo Jauretche, la falsificación de la historia argentina ha perseguido como finalidad: “Impedir, a través de la desfiguración del pasado, que los argentinos poseamos la técnica, la actitud para concebir y realizar una política nacional… se ha querido que ignoremos cómo se construye una nación y cómo se dificulta su formación auténtica, para que ignoremos cómo se conduce, cómo se construye una política de fines nacionales, una política nacional… no es pues un problema de historiografía, sino de política: lo que se nos ha presentado como historia es una política de la historia en que ésta, es sólo un instrumento de planes más vastos destinados precisamente a impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de una conciencia histórica nacional que es la base necesaria de toda política de la nación… la política de la historia falsificada es, y fue, la política de la antinación, de la negación del ser y las posibilidades propias, es incontrastable, en cambio, que la verdad histórica es el antecedente de cualquier política que se defina como nacional, y todas tendrán que coincidir en la necesaria destrucción de la falsificación que ha impedido que nuestra política existiera como cosa propia, como creación propia, para un destino propio.”[xi]
La necesidad de un Nuevo Revisionismo Histórico para la concreción de nuestra segunda independencia
Mientras que la primera Insubordinación ideológica de los hombres de la Generación del ´900 se materializó políticamente en el Aprismo, la segunda Insubordinación ideológica, protagonizada por los hombres de la Corriente Revisionista, se materializó en el Peronismo que inició, en 1945, un proceso de Insubordinación fundante que fue abortado diez años después al producirse, inducido por Inglaterra y los Estados Unidos de Norteamérica, el golpe de Estado que derrocó al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón (1895-1974). Caído el Peronismo, fue víctima, como lo había sido a su hora el Rosismo[xii], de la falsificación de la historia, y se presentó al gobierno Peronista como un gobierno “populista”, a Perón como un General fascista y a su gran amor y compañera, María Eva Duarte de Perón, Evita (1919-1952), como una “revolucionaria”, opuesta al General burgués que era incapaz de llevar adelante la revolución, creando, de esa forma al “evitismo” como forma “superior” del antiperonismo. Fue entonces que los hombres de la Corriente Revisionista emprendieron la tarea de reivindicar al Peronismo, como ya lo habían hecho con el Rosismo, pero su tarea quedó inconclusa porque, a la mayoría de estos hombres de pluma y política los sorprendió antes la muerte. Concluir esa tarea es la misión ineludible del Nuevo Revisionismo Histórico.
*Doctor en Ciencia Política, Asesor en materia de Relaciones Internacionales de la FLATEC y profesor de Historia Argentina en la Universidad Nacional de Lanús
Al respecto ver ARON, Raymond, Paix et guerre entre les nations (avec une presentation inédite de l’auteur), París, Ed. Calmann-Lévy, 1984.
[ii] Morgenthau, Hans, Política entre las naciones. La lucha por el poder y la paz, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1986, p. 86.
[iii] Hernández Arregui, Juan José, Nacionalismo y liberación, Buenos Aires, Ed. Peña Lillo, 2004, p. 140.
[iv] Brzezinski, Zbigniew, El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos, Barcelona, Ed. Paidos, 1998, p. 29.
[v] Siguiendo las reflexiones de Gustavo Battistoni, podemos decir que los intelectuales antihegemónicos son disidentes del sistema que, al no aceptar las ideas hegemónicas, sufren, como castigo, el olvido, por la presión de la superestructura cultural que en los países subordinados está al servicio de las estructuras del poder mundial. Battistoni, Gustavo, Disidentes y olvidados, Rosario, Ed. Germinal, 2008.
[vi] Sobre el concepto de Insubordinación fundante ver Gullo, Marcelo, La Insubordinación Fundante, Breve historia de la construcción del poder de las naciones, Buenos Aires, Ed. Biblos, 2008.
[vii] Fue con la Generación del ‘900 que, luego de cien años de soledades, se recupera, por los menos intelectualmente, la unidad histórica de América Latina. La Generación del ‘900 fue la primera –luego de finalizada la guerra de la independencia– que concibió la idea de que todas las Repúblicas hispánicas no conformaban, en realidad, sino una sola Patria dividida artificialmente.
[viii] A diferencia de Argentina que a partir de la batalla de Caseros enarboló la bandera del librecambio, Estados Unidos fue, hasta después de la Segunda Guerra Mundial, el bastión más poderoso de las políticas proteccionistas y su hogar intelectual. Al respecto ver Chang, Ha-Joon, Retirar la escalera. La estrategia del desarrollo en perspectiva histórica, Madrid, Ed. Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI), 2004 y Sevares, Julio, Por qué crecieron los países que crecieron, Buenos Aires, Ed Edhasa, 2010.
[ix] Scalabrini Ortíz, Raúl, Política británica en el Río de la Plata, Buenos Aires, Ed. Sol 90, 2001, Págs. 46 y 47.
[x] Ibíd. Págs. 47 a 49.
[xi] Jauretche, Arturo. Política Nacional y Revisionismo histórico, Buenos Aires, Ed. Corregidor, 2006, Págs. 14 a 16.
[xii] “La ‘Revolución Libertadora’ de 1955 quiso hacer con el peronismo la misma política de la historia que se había hecho con los federales, reforzada por las cátedras de Educación Democrática y por las medidas destinadas a enterrar el pasado, prohibiendo símbolos, cánticos, bombos y retratos… Por ejemplo, para perjudicarlo a Perón, intentaron identificarlo con Rosas y resultó que Rosas salió ganando porque recién entonces el pueblo empezó a entenderlo”. Jauretche, Arturo, "Los vencedores de Caseros no hicieron una historia de la política sino una política de la historia", Crisis, diciembre de 1973.