2012-07-31
La construcción de la niñez se encuentra influenciada de manera determinante por los Medios Masivos de Comunicación y, detrás de ellos, suelen primar los intereses del mercado. Entender la evolución del capitalismo y las industrias culturales permite aproximarnos a un diagnóstico adecuado para instrumentar acciones en favor de una construcción social contemporánea de la niñez argentina culturalmente significativa.
Por César Bonanotte
Sociólogo - Consejo Asesor de la Comunicación Audiovisual y la Infancia
Nuestros hijos son niños singulares y concretos a los que en una perspectiva social consideramos como algo más que nuestra cría. Ese algo más alude a un modo social de instituirlos y allí se nos abren las puertas de lo que denominamos niñez. Esta es una idea abstracta bajo la cual la sociedad pretende definir un colectivo; se trata de un ideal y, por esta misma razón, algo que buscando alcanzar, nunca logramos. Sin embargo, en su función de guía produce efectos que conciernen a esa vida singular que crece cada día a nuestro lado.
Toda sociedad define sus ideales como construcciones colectivas que por su pretensión de verdad nos coaccionan a pensar y actuar bajo ellas. Esto les da su potencia instituyente ya que bajo la cobertura de una verdad adquieren cierta autoridad para formar bajo su forma a todos aquellos a quienes alcanza. Significa que un niño concreto será, en sus relaciones, intervenido por la potencia instituyente de la idea que la sociedad elaboró respecto de lo que debe ser la niñez.
Una potencia instituyente no siempre logra su cometido y sus frutos suelen ser “sui generis”, triunfos parciales. A su vez, se despliega en el campo de las subjetividades que adquieren cuerpo bajo prácticas institucionales. El campo subjetivo define la potencialidad del sujeto, que irrumpe como tal en el momento de alojarse institucionalmente mediante una práctica. Podríamos pensar que allí el sujeto se concreta. Ejemplificando: el alumno deviene sujeto/alumno en el momento de ejercer sus prácticas en la institución escuela. Ésta supone una subjetividad potencial que habilitará el alojamiento en la institución: estudiar, escuchar la palabra del docente, entrar y salir a horarios, etc., construyen un campo subjetivo potencial que fija las coordenadas instituyentes del sujeto/alumno. Alumno no es un estado permanente de un ser, es una posición de sujeto que irrumpe cuando alguien se aloja mediante prácticas en la escuela.
La niñez es la construcción social de un ideal. Y capitalismo es la definición que damos al sistema social que habitamos. Una y otro nacían casi simultáneamente y entrelazaban sus historias hace ya más de 230 años. Desde 1930 la televisión se imbricó en este desarrollo.
El sistema capitalista se desarrolló en el Siglo XIX desde formas incipientes hasta alcanzar una forma mundial integrada como sistema. En dicho siglo se desplegaron dispositivos que buscaban concretar el ideario moderno y burgués de familia, desterrando al modelo familiar del antiguo régimen. En Los Anormales vemos dos vías de institución del ideario burgués de familia : una orientada a los grupos altos y la otra a los grupos populares. Los dispositivos instituyentes de familia alcanzaron a esta última de modo diferencial. Por ejemplo, en la construcción de lo doméstico el hogar fue, para los niños de familia burguesa, el lugar de los cuidados y la sana crianza; para los niños de las familias populares el lugar de los peligros asociados a la incestuosidad potencial atribuida a las clases bajas. Las estrategias diferenciales tenían la misma motivación: imponer el modelo burgués como ideal para todos a través de las acciones acordes a las diferencias de cada grupo social. El Siglo XX reificó el carácter nuclear como rasgo dominante y la “familia tipo” se robusteció durante los primeros 50 ó 60 años de dicho siglo.
La sociedad fordista
El fordismo es un concepto que define una forma capitalista cuyo inicio puede fecharse en la primera década del siglo pasado en los EE.UU. Desde allí fue extendiéndose a otros países capitalistas, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial. Fue el método productivo por excelencia hasta la primera mitad de la década del 70. Debe ser interpretado como una forma social que articula relaciones productivas con formas institucionales, donde los Estados Nacionales jugaron un rol preponderante. El fordismo es Chaplin en Tiempos Modernos, es la cadena de montaje, la fabricación masiva de automóviles, la industrialización intensiva en el sector alimenticio, la era dorada de la venta de electrodomésticos. En definitiva, es la primera experiencia social de producción y consumo masivos, y es el Estado de Bienestar y la relación salarial que vio nacer a las convenciones colectivas de trabajo. El consumo se orientaba a la familia. El ideario propagaba cada familia con su casa, su equipamiento electrodoméstico y un automóvil. En esa escena la niñez resultaba del entrelazado de familia y escuela. La familia criaba y la escuela impartía conocimientos y forjaba al futuro ciudadano. El niño, declarado “incapaz” en su presente, era una promesa futura.
Estas sociedades eran, siguiendo a Foucault, “disciplinarias”. Las disciplinas instauraban el campo de subjetividades potenciales acorde a “las normas” definidas por los poderes, y al mismo tiempo generaban “normalidades”; “lo normal”, “individuos normales”, regularidades, en definitiva. Según Foucault las disciplinas operaban sobre los cuerpos, reglando sus movimientos, pero tenían como fin último alcanzar el alma. Como podrá apreciarse, en este horizonte se delinearon los “sistemas tutelares”, cuyos dispositivos debían operar allí donde la “normalización” sobre el niño había fracasado. La metáfora del “niño desviado” no hace más que expresar el código disciplinario en funciones.
Con el fordismo creció la teledifusión, y para los 60 hacía ya tres décadas que ella venía ensayando lenguajes y formatos. En sus inicios fue rudimentaria y el televisor apenas alcanzó el estatuto de un electrodoméstico más. Con el tiempo pasó a ser una maquinaria sobre la cual se organizó un dispositivo comunicacional conformado por técnicos, artistas, empresas, sindicatos, escuelas, periodistas, medios tecnológicos, productoras, sistemas publicitarios, etc., que fueron construyendo aquello que denominamos “la televisión”, hoy un sofisticado dispositivo de producción de subjetividad.
La televisión contribuyó rápidamente a reforzar la experiencia doméstica de la familia, constituyendo el interior hogareño como esfera privada desde la cual se accedía mediante la pantalla a la escena pública. Esto vigorizó a la domesticidad como elemento instituyente de familia y la cotidianeidad en la casa fue de a poco inescindible de la experiencia familiar de consumo televisivo. El mundo llegaba ahora al “living” haciendo innecesario ir hacia él, pero ver desde el hogar los acontecimientos públicos debilitó el valor de participar en
la experiencia colectiva.
La televisión comercial ya mostraba en los sesenta su vocación por capturar el deseo humano, que comenzó a ser cercado y recluido a la búsqueda de la satisfacción personal, inmediata y perpetua. La felicidad se tiñó de a poco de una espesura material consumada de modo intimista y crecientemente solipsista, contrariando el valor de la abnegación por el prójimo y priorizando la realización personal independientemente de las realizaciones colectivas. En los 60 el consumo de bienes materiales e inmateriales alcanzó niveles impensables debido a la extensión del fordismo al sistema capitalista integrado.
Industria Cultural
Para los fabricantes de televisores, en los años 30 era más importante vender los aparatos que producir los contenidos. De a poco, en los EE.UU., la televisión fue alcanzando un lugar estratégico como soporte de construcción de la sociedad de mercado. En esto merecen destacarse dos procesos: la expansión de las grandes corporaciones televisivas integrando a la emisión de señales una industria productora de contenidos, y la alianza de las mismas corporaciones con los publicitarios para solventar los gastos de producción y emisión de contenidos. Esto construyó el modelo televisivo estadounidense: construcción de audiencias y tandas publicitarias para darles a conocer a las primeras los productos existentes.
En el medio de este camino, en 1947, salió a la luz el libro Dialéctica del iluminismo de Adorno y Horkheimer. Allí, estos filósofos alemanes interpretaron el proceso de creación de los productos culturales como la aplicación del fordismo en la industria cultural. A su entender, la industria editorial, la radio, la televisión y el cine estaban estructurados por los principios fordistas. La serie, la rigidez, la centralización y la “normalización” foucaultiana para la producción económica abrían sin embargo en la industria cultural una ventana inesperada: se estaba frente a fábricas del alma. En plena época fordista, con tecnologías netamente disciplinarias, y en una industria cultural con carácter fordista, plantean que los productos de la cultura alcanzan el alma directamente, sin recurrir al aprisionamiento del cuerpo. Parece una contradicción, pero es un descubrimiento.
Posfordismo
Al bienestar de los 60 sucedió la crisis de los 70, que introdujo en las sociedades nuevos formatos productivos denominados posfordistas. Las demandas de bienestar material e inmaterial presionaban al Estado de Bienestar y éste intervenía solucionándolas. Pero esa intervención era traducida en la esfera de las competencias individuales como una restricción de libertades. Los grupos de poder resignificaron este proceso como una oposición entre el Estado y el mercado, entre la Justicia Social y la libertad, abonando el campo para la circulación de las ideas neoliberales. Sobre este suelo se introdujeron las nuevas tecnologías, maquínicas (herramientas) y semióticas (organización, marketing, software), que dotaron la armadura de los procesos posfordistas. Los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan se apoyaron en un conjunto de experiencias que se desarrollaban en la piel de las sociedades para implantar el ADN neoliberal en las instituciones de fines del siglo pasado, y nació el Estado neoliberal.
El posfordismo invirtió los postulados fordistas, a la cadena la desplazó el trabajo en redes, la rigidez fue reemplazada por la flexibilidad y la centralización por la descentralización en todos los niveles posibles. La organización productiva comenzó a efectuarse desde el punto de venta y la orden de compra del producto disparaba su producción. Esto dio preponderancia a la venta y al consumo, inaugurando un capitalismo donde el consumo alcanzaba el status de significante organizador del sistema desligándose en términos simbólicos de las condiciones reales de la economía. Se entró en la era del consumo personalizado y la familia dejó de ser la unidad social de consumo cediendo el cetro al individuo. La niñez comenzó a instituirse bajo estas coordenadas y el niño, como consumidor, se igualó al adulto. Padres e hijos, en tanto consumidores, vieron desdibujar las diferencias que los alcanzaban bajo la sociedad fordista. Ciertos rasgos de la modernidad se mostraban en retirada.
Conclusiones
En el posfordismo el lenguaje, la comunicación y los elementos que remiten al universo simbólico forman parte del sistema productivo. Lenguaje y signos también conforman la materia prima consumida para la producción de mercancías. Y la televisión comercial interviene en todo ello promoviendo una subjetividad de época que entrelaza culturas audiovisuales, redes infinitas de objetos de consumo, individualidades y mercados excesivos. Los contenidos audiovisuales aceitan, en la asociación de la cultura con el subjetivismo, el funcionamiento productivo y político de las sociedades contemporáneas.
Los argentinos hoy atravesamos una etapa de recuperación de derechos que incluyó a chicas y chicos. También atravesamos un contexto de crisis sistémica mundial profunda y con videoculturas crecientemente penetrantes y muy asociadas a los patrones de una sociedad de mercado. Estamos recuperando capacidades reguladoras para el Estado, que habían sido erradicadas conceptual, técnica, burocrática y políticamente bajo la forma neoliberal. Y somos muchos los que creemos que es una buena noticia, porque sabemos por experiencia traumática que precisamos del Estado como organizador de una fuerza colectiva que balancee la prepotencia del mercado y, lo que es casi lo mismo, las orientaciones de las empresas fabricantes de almas. Preferimos que niñas y niños tengan gusto por el cuidado ambiental antes que vocación por la depredación consumista descontrolada. Nos gusta ver como recuperan el sentido de pertenencia a una especie, Nación o grupo antes que derrapar en el individualismo exacerbado hasta el solipsismo.
Este Estado regulador recuperó su rol como garante de los Derechos Humanos, y entre ellos también debatimos la comunicación. En materia de niñez y medios audiovisuales lo hacemos mediante una experiencia inédita: el Consejo Asesor de Comunicación Audiovisual y la Infancia (CONACAI), que emergiendo del artículo 17 de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual está debatiendo y buscando caminos para que el sector audiovisual no instituya niñez en la única dirección forzada por el posfordismo y los mercados. De su adecuado diagnóstico, y de su capacidad de instrumentar acciones movilizadoras de la sociedad y los poderes, también dependerá la construcción social contemporánea de la niñez argentina, ya que hoy, como nunca antes, ésta se instituye prioritariamente en la cultura mediante las fábricas del alma.